jueves, abril 09, 2009

Verdaderos amigos


La primera persona que vio al entrar fue a ella, pero la evitó. Fue por una cerveza mientras pensaba como podía acercarse sin parecer demasiado desesperado, demasiado disponible, demasiado interesado. Pasó un rato y la perdió de vista, comenzó a preguntarse donde podría haber ido, él estaba convencido de que no muy lejos, sabía que esa noche la convencería, la atraparía...

Ella apareció de pronto tras la ventana, jugando en la calle, acompañada de un tipo el cual parecía ser su pareja, al menos eso se veía, entre besos, caricias y condescendientes sonrisas que se envolvían frente a él, ante sus ojos. Tomó la cerveza y sin dejar de mirarlos bebió toda la botella. Una vez que la silueta de ella y del tipo desaparecieron del encuadre que le brindaba el ventanal de bar, intento convencerse de que todo estaba bien, de que no pasaba nada, de que no le dolía. Pero la imagen real y palpable que destruía sus ganas, la impotencia y la pena no lo dejaron permanecer más en ese lugar. Salió del bar,comenzó a correr y no paró en horas, hasta que llegó a mi casa muy temprano esta mañana en busca de aliento, una ducha y un amigo. Primero sequé sus lágrimas y le recalque que los hombres no lloran, menos por putas, afirmé que ella era una perra que no se lo merecía, que él valía mucho más y que podría hacer feliz a cualquier mujer mucho mejores que esa, bueno y todas esas cosas que uno dice de manera protocolar en estos casos, pero creo que hablé en serio en cierto modo, porque siempre he pensado que él es una buena persona.

Desayunamos juntos y vi que su rostro cambió un poco, la pena algo se había apaciguado. Le di un abrazo sincero, de corazón y con sus ojos aún llorosos sé que me lo agradeció. Se fue y estoy seguro que más tarde se seguirá sintiendo horrible, pero en algún momento pasará y se dará cuenta que es mejor de esta manera. Es que la vida es así, pues si le decía que era yo el tipo que se llevó a su mujer anoche y que la hizo cruzar por la misma puerta donde él entraría más tarde se hubiese sentido peor y hubiese perdido un amigo, por ende no tendría en quien confiar y con quien desahogarse en una noche como la de anoche. Él me necesitaba y yo no podía fallarle, así somos los verdaderos amigos.

En estos momentos ella, la que duerme en mi cama, es la culpable de todo, pero ni siquiera lo sabe.